Comentarios varios sobre varios temas, a veces historias a lo Macedonio, otras veces entrevistas, otras veces manuales para la práctica anárquica, acompañados por fotografías del mismo autor, a falta de fotógrafo profesional que de tomando las fotos para acompañar al tema de cada entrada, debido al carácter errático del autor, quien escribe lo que le da la gana, cuando le da la gana, por lo que un trabajo conjunto es imposible

lunes, 7 de junio de 2010

Delta (plan para novela en entregas)

Caminabamos los tres por la noche. Calles desiertas de miercoles en la capital, solo un gato negro adornando de movimiento las calles naranjas. Eramos tres, diseñando el largo fin de semana que se extendería entre el jueves a punto de llegar, y un lunes del que no conociamos más que el nombre. Mañana saldriamos los tres. Un bus, doce horas atravesando la noche y sus brumas de montaña, hasta llegar a Delta. Pero antes hoy día. Hoy noche. Caminamos los tres hasta Storyville. Entramos en un bar lleno de gente colorida y oscura, caras felices, ejecutivos saliendo del trabajo, ejecutivos de doble vida. Ahi encontramos al Rastafari y al Niñoniña. Gritábamos para entendernos entre el ruido de los parlantes y de las voces, alaridos y murmullos. El Rasta me pasó su radio para escuchar sus nuevas creaciones electricas. El Niñoniña aseguraba unos toques para el resto de la noche. Los tres éramos yo, mi hermano Andrés, y Delirio. Solo dos salimos del antro, Delirio sucumbio a las tentaciones de una noche de cocaina y mujeres y cervezas, cosa normal en Storyville.

Al otro día, después de una despedida con mi pequeña, nos embarcamos solo dos. La noche cobró sus deudas y Delirio marcó calabera postrado en un sillón de terciopelo, con laureles colombianos, emperador máximo del sueño.

El bus salió a las cinco de la tarde, dejando atrás lo bello y lo horrible de una ciudad tibia entre extremos. Doce horas más tarde, frente a toda la humanidad de Delta, recordaría el carro de mi pequeña cruzando la bocacalle, destino casa.

Un bus que atraviesa un país es una visión horripilante de inclinaciones y desbancos. Volcanes amenazan las fragiles ventanas y el viento entrando por los angostos valles, crea un espectaculo como de auroras boreales. Claro que todo esto sucede mientras uno va roncando en el puesto 35-36, o escuchando música a medio volumen con las percianas cerradas, temiendo la oscuridad y las luces que penetran cuando uno va de pasajero en un bus a 90 kilometros por hora. Todo el paisaje se sucede hasta que llega la mañana y la realidad se vuelve paramo, indios, verde en el suelo y blanco en el cielo, y todo quebrado por la realidad impenetrable de las montañas, con su negro aparecer. No hay amanecer en estas latitudes, no debajo de estas montañas nebulosas. Solo un resplandor de algún color parecido al azul de una laguna clara a medianoche, que luego se vuelve más azul, más brillante pero nunca más claro. y luego, de pronto, blanco. Así vi los campos, luego los suburbios, y luego, Delta, viernes, ocho de la mañana.

El terminal de Delta es como cualquier otro terminal de provincia. Aburrido, lleno de gente de la costa buscando robar o hacerse de algún negocio. Viejas vendiendo comida y recuerdos de un lugar al que no quieres volver, o de cualquier otro lugar del pais, para los extranjeros ingenuos. El baño costaba 20 centimos; mi hermano fue a mear en la vereda, yo delibere un inodoro en un restaurante de pollo horneado.

Nos encontramos a un lado del charco y preguntamos a un policia como llegar al centro. El bus costaba otros 20 centimos por cabeza. Caminamos.

Yo no buscaba nada. Mi hermano, buscaba una licoreria y una panaderia. Un pan y un trago, te llevan a alturas insospechadas de energía cuando pasas hambre. Y nosostros necesitabamos energía. No habíamos dormido en 14 horas, no dormimos en el bus. Delta se presentaba con una máscara de malla; observas una realidad pintada, la máscara, y detras deambula un rostro de mil caras indefinibles. No llegue a imaginar lo que me esperaba en esas caras.(Continuará...)

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